martes, 8 de abril de 2014

Capítulo Uno "En el armario"


Capítulo Uno

Ryan estaba totalmente abstraído en su dibujo mientras a su alrededor se celebraba la mayor fiesta del año. El lugar elegido era la gran casa familiar de sus mejores amigos, los gemelos Amy y John Curtis. El motivo de la celebración; agasajar a los campeones estatales de fútbol de la secundaria Hopkins y especialmente a su estrella becada, el capitán Jack Vega.
Los invitados eran todos los alumnos de último año, seguidores del equipo y las estrellas más buscadas: los jugadores; muchachotes altos y fuertes que habían encumbrado a la escuela hasta conseguir poner el nombre del equipo entre todos los campeones de secundaria del estado de Nueva York.
Y Ryan estaba entre toda esa multitud.
Apartó la vista del dibujo que estaba haciendo. La música de Flo–Rida sonaba desde los altavoces; la casa de sus amigos era enorme, y el salón tenía buenas dimensiones para que una gran cantidad de gente lo aprovechara como pista de baile. El espacio se ampliaba gracias a que las puertas de cristal que daban  al jardín y a la piscina estaban abiertas, permitiendo que los que estaban disfrutando de los juegos acuáticos escucharan la música, además de que se extendiera la pista de baile alrededor de la piscina.
Mientras miraba a su alrededor Ryan buscó a su amiga Amy. La chica era rubia, al igual que su hermano, y tenía el pelo largo y liso. Si no recordaba mal, a primera hora de la tarde Amy llevaba un bikini negro y blanco a rayas y un pareo atado a la cintura de color oscuro.
Había mucha gente en el salón, pero no todos estaban bailando, varios grupos de chicos y chicas estaban hablando repartidos en los distintos rincones con asientos, otros jugaban a algún tipo de juego de prendas con dados, y en la piscina Ryan podía ver un par de competiciones de peleas y aguadillas, además de un grupo de jugadores de fútbol haciendo pases y recepciones. En ese grupo vio a John, el hermano de Amy, interceptando el balón. Se quedó por un momento observando y reconoció para sí mismo que su amigo tenía unos movimientos muy elegantes, era ágil y fuerte. Pero igual que Amy, su mejor rasgo era su sonrisa y su personalidad. John era leal y fiel a sus amigos, protector y generoso. Para Ryan, Amy y John eran lo más parecido a unos hermanos que se pudiera imaginar.
Entre tanta gente Amy siempre destacaba y Ryan no tardó en localizarla junto a un grupo de chicos y chicas que rodeaban a la estrella del equipo, Jack Vega, el mariscal de campo.
Otra persona que destacaba entre la multitud. Sobre todo para él. Jack era su sueño y su perdición, habían sido compañeros de equipo mientras Ryan participó en el juego durante los dos primeros años de secundaria. Cuando Ryan cumplió los dieciséis y en los vestuarios se empezó a correr el rumor de que era gay la situación le generó más problemas que satisfacciones, ya no se sentía cómodo con sus compañeros, especialmente cuando se dio cuenta que algunos de los que habían tenido más que amistad con él ahora preferían burlarse a sus espaldas, antes que permitir que alguien sospechara que le gustaban los chicos. Dejó a todos boquiabiertos al anunciar en público que, efectivamente, era gay y que además dejaba el equipo.
A él siempre le gustó el deporte y el compañerismo que se creaba en los deportes de equipo, pero llegados a ese punto prefirió salir de eso y centrarse en su carrera como dibujante. Toda la situación cambió y eso hizo que progresivamente se fuera alejando cada vez más de los jugadores de fútbol, acabando con las posibilidades de tener contacto con Jack. Desde entonces pasaron de ser compañeros de equipo a tener que ver como Jack agachaba la cabeza, apartando la vista, cuando se cruzaba con él por los pasillos del instituto.
Además, al principio, también tuvo que soportar que algunos chicos con los que había tenido algo más que amistad en los vestuarios del equipo quisieran echar balones fuera desquitándose con él. Los mantenía a raya, pero el apodo de “campanilla” sonaba inevitablemente cada vez que se cruzaba con algún jugador, aunque la mayor parte de las veces era susurrado y por la espalda; Ryan no era pequeño y sabía defenderse, con los puños y con las palabras.
La verdad era que nada de eso le importaba, sabía que a esos chicos lo único que les preocupaba era que se supiera algo de sus “intereses”, y para él nada de aquello era importante, entre otras cosas porque dentro de unas pocas semanas todos se graduarían, cada uno tomaría el camino que había elegido para continuar con sus estudios y no tendría que verlos salvo contadas excepciones; el pueblo no era tan grande como a él le gustaría.
Él, en cambio, no tenía ninguna intención de abandonar su casa en el pueblo, en la que vivía con sus abuelos para irse a estudiar fuera. Para Ryan lo más importante en la vida era su familia, y lo había aprendido de la peor manera posible, cuando se quedó sin sus padres hacía ya diez años por culpa de un accidente de coche. Sus abuelos fueron su mundo y su apoyo siempre, ya que no quedaba nadie más cercano a él que pudiera hacerse cargo de un niño de ocho años. Pero realmente disfrutaba la vida con ellos, en ese tranquilo pueblo donde la gente, como en todos los pueblos, era cotilla, entrometida y además te echaba una mano cuando más lo necesitabas… entre otras cosas.
Ryan tenía planeado ir a la universidad local y seguir formándose lo mejor que pudiera en lo que más le gustaba; el dibujo, la ilustración y la fotografía, sin dejar de tener cerca a sus abuelos.
Aunque a ellos les gustaba mucho viajar. De hecho en esos momentos debían de estar disfrutando de su viaje a la ciudad de San Francisco, y aunque siempre le habían insistido en que él debería buscar su vida sin preocuparse por ellos Ryan no podía, ni quería, separarse de ellos. No eran muy mayores, pero eso no iba a durar eternamente, y mientras pudiera seguiría a su lado. Aunque ellos no tenían el mismo problema de apego, en cuanto podían se escapaban para uno de  sus viajes culturales a cualquier rinconcito del país. Por eso Ryan los quería tanto.
Perdido en sus pensamiento Ryan levantó la vista y se dio cuenta que cada vez había más gente en el grupo que rodeaba a Jack, parecía como si estuvieran intentando convencerle de algo mientras él negaba frenéticamente con la cabeza e intentaba escapar del grupo.
Ryan vio como Amy se desmarcaba del grupo y levantaba la cabeza buscando a alguien entre la gente desperdigada por el salón. Ryan se sintió aludido y levantó la mano agitándola en su dirección, en vez de dar una voz por encima de la música que se escuchaba por los altavoces. Enseguida Amy lo localizó y le envió una sonrisa resplandeciente de diez mil vatios.
Mientras se acercaba se fijó en que se reía y cuchicheaba con algunos chicos y chicas mientras miraba hacia él. Eso a Ryan no le dio buena espina, sobre todo conociendo como conocía a Amy, sabía que ella no se traía nada bueno entre manos.
Al llegar a su altura sorteando a un montón de gente que bailaba o estaba sentada por el suelo, Amy bailoteó al ritmo de la música haciendo, el tonto delante de él, antes de dejarse caer de manera satisfecha y feliz a su lado en el sillón. El perfume que usaba su amiga envolvió  a Ryan de manera cálida y agradable; ella era fresca y entrañable en muchos sentidos, era una de sus personas favoritas en el mundo e hiciera lo que hiciera Amy, Ryan siempre la perdonaría. Por eso se giró un poco en su asiento y la miró con cara de resignación mientras ella estiraba sus mejillas al máximo con su gran sonrisa y subía y bajaba las cejas perfiladas de manera sugestiva.
Sí, definitivamente se traía algo entre manos.
—Hey, ¿Qué te pasa? ¿Estás borracha? —preguntó Ryan
—¡No! —dijo Amy dando un pequeño manotazo en el hombro a Ryan—. Sabes que no bebo. ¿Por qué me dices eso? —se quejó.
—No sé. ¿Por qué tienes esa cara rara y sospechosa? ¿Y porque sonríes como una tonta? —Ryan la picó.
—¡Venga ya! —Amy se dio unas delicadas palmaditas en las mejillas para relajar sus músculos faciales—.  No tengo cara de tonta.
—Yo no he dicho eso —a Ryan le encantaba meterse con ella. La enganchó por el cuello con su brazo y la obligó a recostarse en su costado para darle un abrazo, mientras se reía.
—¡Ay, tontina! —los dos se miraron a la cara sonriendo y a gusto con ellos mismos. Ryan le apartó con cariño un mechón de pelo de la frente y después Amy besó con ternura la palma de su mano y la retuvo entre las suyas mientras descansaba apoyada en el cuerpo de su amigo.
—¿Cómo lo estás pasando? ¿Has desconectado algo, o te has pasado todo el rato dibujando?
—Me he pasado todo el rato dibujando —respondió Ryan—.  Pero también he charlado con algunos chicos de la escuela y con la capitana del equipo de animadoras. Me ha dicho que va a ir a la CUNY[1]… como Jack —esto último lo dijo con algo de pesar. Hacía algunos meses que se había enterado que el capitán del equipo había conseguido una beca completa para poder estudiar en la universidad que quisiera. Jack había elegido irse a la capital para formarse en una de las mejores universidades del estado, y eso era lo más lógico, lo que iban a hacer casi todos sus compañeros de escuela. Lo raro era quedarse en esa pequeña ciudad. La verdad que muchos estaban deseando alejarse de las faldas de sus padres y experimentar la vida universitaria a tope.
Amy le dio unas palmaditas de consuelo en el abdomen y le besó en el mentón para confortarlo. Lo cierto era que Ryan tenía el aspecto de un chico duro y serio; vistiendo de negro como vestía casi siempre, introvertido para la mayoría de la gente y con su look oscuro, tenía el pelo casi negro peinado “despeinado”. Sus ojos eran verdes y los destacaba delineándolos con maquillaje negro, sin exagerar. A veces Amy pensaba que ese era un disfraz que se había sacado de la manga para encajar en la etiqueta que el resto de la gente le había puesto. Hasta hacía unos años Ryan no se diferenciaba en absoluto de los otros jugadores de fútbol del equipo. Cuando Ryan salió del armario delante de todos decidió marcar distancias en muchos sentidos con el resto de la gente. Como si quisiera decir: “no hay duda, sí, soy gay”. De hecho Ryan no tenía ni un hueso afeminado en su estupendo cuerpo. Quizá sus ojos eran demasiado bonitos para ser masculinos, pero además él los remarcaba con su maquillaje como queriendo destacar ese rasgo. A Amy de cualquier manera le parecía un ser extraordinario y lo amaba con locura, como un hermano especial.
—Sí. Lo sé. Quedan pocos días para que Jack se marche. Creo que viajará al campus dentro de un par de días o tres. Allí le esperan con los brazos abiertos para comenzar los entrenamientos.
Ryan buscó a Jack entre la gente y le localizó enseguida por el tumulto que se estaba formando a su alrededor, todos se reía y parecía como si le estuvieran gastando alguna clase de broma. Ryan se quedó mirando al chico como un tonto. Se preguntó cómo era posible amar a alguien que ni siquiera te daba  la hora. Pero Ryan siempre había admirado al capitán de su equipo, no solo por sus méritos deportivos, sino por cómo era Jack con los demás, atento, divertido, cariñoso y justo en los momentos necesarios. Por eso la indiferencia que había recibido de él en los últimos años le llagaba a Ryan a lo más hondo; porque no lo entendía.
La vida de los dos iba a cambiar definitivamente dentro de unas semanas. Si sus lazos eran ahora casi inexistentes, con los caminos que cada uno había decidido tomar, sus vidas estarían separadas, sin apenas vínculos, para siempre. Un poco apenado giró la cabeza y besó  la punta de la nariz de Amy cuando la vio observándole con cara triste.
Quiso cambiar esa expresión de su rostro y se lanzó de lleno a hacerle cosquillas en el abdomen mientras le preguntaba por sus intenciones.
—¿Me vas a decir por fin qué es lo que estas tramando?
Mientras Amy intentaba apartar las manos de Ryan entre risas, se enderezó para guardar el equilibrio y sujetó las muñecas del otro en su regazo. Cuando los dos pararon de reír, levantó las manos hasta la cara de su amigo y le aplastó las mejillas consiguiendo así una pequeña boquita de pez, y haciendo que Ryan frunciera el ceño por la situación. Amy se quedó mirando su ridícula expresión de manera seria y respiró hondo antes de comenzar a hablar.
—Quiero que me escuches primero antes de protestar y decir que no a lo que te voy a pedir. —Ryan la miraba interrogante con cara su de pez—.  A mí me parece una buena idea y creo que a ti te va a servir para probarte que puedes pasar de él y olvidarle definitivamente —cómo Ryan frunció aún más el ceño, Amy le aclaró—.  Estoy hablando de Jack —las cejas de Ryan subieron casi hasta la raíz de su pelo y empezó a negar con la cabeza.
—¡Espera! ¡Escúchame! —le exigió su amiga—.  Los del equipo quieren gastarle una broma de despedida y se les ha ocurrido encerrarle con los ojos vendados en el armario durante diez minutos con una de las chicas, pero yo he propuesto que seas tú el que entre con él —Ryan empezó a agitar la cabeza frenéticamente para soltarse del agarre de Amy. Cuando lo consiguió, empezó a susurrar entre dientes.
-Nonononono, ¿Tú estás loca? ¿No sabes que no le caigo nada bien? la broma para quién es  ¿para él o para mí?
—Espera, no te niegues, ¡a mí me parece una buena idea! Mira, Jack me cae bien, pero la verdad es que se ha portado como un capullo contigo y ¡ni siquiera sabes por qué! Imagínate su cara cuando se dé cuenta de que ha besado a un chico.
En ese punto Ryan no sabía si echarse a reír o sentirse ofendido por la sugerencia de su amiga.
Optó por reírse
—¿Y quién ha dicho que  YO quiero besarle? A lo mejor lo que quiero es dale de patadas en su jodido culo por dejar de hablarme sin ninguna razón.
Amy agachó la mirada y pareció encontrar muy interesantes las cutículas de sus uñas.
—Bueno… pues no le beses. Pero ¿no quieres ni siquiera hablar con él? ¿Saber realmente qué es lo que le pasa contigo? Se va a ir y no le vamos a ver durante mucho tiempo, ¿quieres perder esta oportunidad?
Ryan se rio de medio lado con pocas ganas.
—Ya sé lo que le pasa. No le gustan los maricas. Ni como amigos ni como nada. Y si quisiera hablar con él no tendría porque meterme en un armario para forzarle a hacerlo.
Amy resoplo exasperada con su amigo.
—Tienes razón pero seguro que no sería igual de divertido. Escucha,  me he apostado con Mike, Ron y Steve a que consigues estar diez minutos enteros con Jack en el armario y besarle sin que él se enfade. Los chicos apuestan por un ojo morado o una nariz rota… la tuya. ¡Son cien pavos! ¡Vamos! ¡Juega conmigo!
Amy le agarró por el brazo y empezó a zarandearle para dar énfasis a su petición. Ryan no pudo evitar mirarla entre divertido e incrédulo. Sobre todo porque sabía que se estaba dejando convencer. Sería interesante sacarles el dinero a los chicos. Y sobre todo porque no le pareció mala idea hablar un momento con Jack.
—Ok. Vamos al cincuenta por ciento y si consigo un ojo morado tú se lo explicas a mis abuelos.
Amy soltó un gritito de triunfo y se tiro a su cuello para un efusivo abrazo de victoria. Por encima del hombro de Amy vio como los otros habían terminado de convencer a Jack de que se metiera en el armario; no solo con los ojos vendados sino también con unas firmes esposas rodeando una de sus muñecas. La gente a su alrededor vitoreaba y bromeaba con la situación mientras especulaban sobre quien sería la afortunada que entraría en el armario con él.
Amy se giro en sus brazos para observar al grupo y Ryan vio como les daba el ok a Mike y a los otros para seguir con el juego. Mientras los chicos chocaban sus palmas con entusiasmo Mike le apuntó con el dedo sonriendo con satisfacción y luego se pasó el pulgar de lado a lado de su garganta en un signo inequívoco.
Ryan le miró fijamente de vuelta e imitó el gesto de hacer una mamada mientras le guiñaba un ojo. Mike cambió la expresión de satisfacción por otra de temor, y apartó su mirada de Ryan. El jugador de fútbol había sido uno de los chicos “mamada” de Ryan, pero ahora pasaban el tiempo intentando putearle para demostrar su “masculinidad” y desmarcarse de cualquier situación que pudiera señalarle como gay. Vaya risa. Ninguno de esos chicos le aguantaba la mirada si estaban cara a cara. Habían sido pocos con los que había tenido algo en el instituto, pero ninguno quiso mostrar su amistad en público después de que Ryan saliera del armario.
Para él ahora eran personas insignificantes, fáciles de olvidar. Al que no podía olvidar era a Jack; desde que lo conoció supo que él era diferente, admirable. Su amor platónico por él crecía año a año y en ningún momento se planteó la posibilidad de confesarle su amor. Prefería mil veces tenerlo como amigo que perderlo. Su rechazo le dolía precisamente porque, para Ryan, Jack nunca fue como los otros, ni de lejos. Nunca pensó que este chico serio, entregado y amigo de sus amigos le diera la espalda cuando lo conociera realmente. Habían pasado casi dos años desde que Jack le retiró su amistad. Aunque no se comportaba cruelmente como otros de sus compañeros de equipo, notaba su rechazo a cien kilómetros de distancia.
Antes de dejar que Amy tirara de él para levantarlo del asiento, se aseguró de guardar todas sus herramientas de dibujo y sus bocetos en la mochila. Mientras se acercaban al grupo de bromistas sorteando a la gente sentada por el suelo, Ryan vio como empujaban entre silbidos y alaridos a Jack dentro del armario, con los ojos vendados y unas esposas colgando de su muñeca derecha. Había una bombilla desnuda encendida en el techo del pequeño cubículo donde los padres de Amy guardaban cajas apiladas y algo de ropa de abrigo colgadas en perchas para el invierno. Uno de los chicos levantó los brazos de Jack y pasó las esposas alrededor de la barra donde estaban colgadas las ropas, para poder cerrarlas alrededor de la otra muñeca de Jack, dejándole encadenado allí. Escuchó cómo Jack se reía y prometía venganza, entre las risas y los ánimos de sus compañeros.




[1] Universidad de la Ciudad de Nueva York (City University of New York)


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